Oscuridad.
A espaldas de la realidad la vida se torna cruda. Cruda y maloliente. La puta vida “sushi”. Vida cruda con olor a pescado rancio asquerosamente comestible.
Atmósfera en tensa calma.
Tenso como el alambre que une la rama de un olivo y el cuello de un galgo que ya no corre más que una liebre.
Calmado como el pendular de la soga del ahorcado.
Rígido sosiego de rigor mortis. ¡Cuanta paz reside en el abismo descenso a los infiernos!
Una rosa marchita protagonista espectadora del vuelo de córvidos residentes perpetuos de cárceles sin rejas.
Una rosa que quiso florecer. Incrustó sus raíces en la piel horadando carne y huesos. Enredó sus rizomas en cada resquicio posible, como capilares visibles en un cuerpo despellejado, con la intención de no ser jamás arrancado.
Buscó un corazón que diera vida y alimentarse de él con cada palpitación. Un corazón capaz de bombear una sangre que tiñera sus pétalos con el brillo del carmín. Un corazón potente como un motor metálico bien engrasado.
La belleza propicia el orgullo, el orgullo arrastra a la insolencia y ésta irremediablemente a la inconsciencia y la falta de temeridad.
La rosa no temió que los cuervos pudieran arrancarla por la fuerza gracias a sus raíces diseminadas como una tela de araña.
No temió a la soledad ya que siempre notó el calor de aquella cuyo cuerpo era su hogar.
Jamás pensó en morir pues notaba el latir de un corazón joven, lleno de vitalidad. Un corazón fuerte como el hierro.
La rosa bella, parásita de la juventud y la hermosura, floreció en la primavera de aquella que la hospedaba y mostró al mundo su fuerza y belleza con orgullo.
El orgullo fue insolente cuando amparada por la joven, creyó en la inmortalidad. Un descaro capaz de cegar ante el peligro.
La colorida primavera dio paso al sofocante verano e irremediablemente, éste cedió su puesto a la parda estación caduca.
Llegó el otoño y el fuerte corazón de hierro se oxidó. Los colores en otros tiempos vivos apagaron su fiereza, y a la par se apagaba una vida.
Ya que la condición única para que se cumpla la vida, es la propia muerte.
La luz marchita no alimentó pensamientos bienaventurados, pero la rosa permaneció con el impertérrito rechazo a la realidad al que le empujaba su arrogancia.
La agonía lenta de un enfermo terminal.
Los pétalos antes rojos tornaron al ocre. El tallo antes poderoso, no soportó el peso de la propia flor pudriéndose en la desértica y pálida piel.
La rosa sólo pensó en ella.
Jamás en el cuerpo que parasitaba.
La dependencia en un pensamiento arrogante de la protección ajena, te conduce a la inconsciencia. No hay un Dios en el cielo que te proteja.
Déjate arrastrar por la seguridad de la protección de alguien.
Tu destino será un alambre tenso en una rama de un olivo que lacere la piel de tu cuello.
Tu destino será marchitarte pidiendo explicaciones de porque te marchitas.
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