Recluso nº

martes, 10 de mayo de 2011

Niña Bien - capitulo 1

-1-
No importa el como empezó tanto como el porqué.

Tal vez fue la monotonía que castiga el ánimo hasta dejarte impasible hacia lo carnal. Nadie podría creer que yo pudiera dejar a un lado el sexo. Cierto es, ya no encontraba ninguna motivación. La retórica y rutinaria actividad sexual, acabó por no tener aliciente alguno.Pero todo en esta vida se acaba moviendo por fases, como mas tarde comprendí.No sé como explicar lo que cierto día cambió mi vida tan estrepitosamente como un elefante caminando por una cacharrería.

Regresaba del trabajo, como cada día, ojeando un libro cualquiera que me mantuviera despierto durante el trayecto del tren. Siendo agosto, el tren presentaba menos aglomeración de pasajeros y no era difícil encontrar algunos asientos libres.Absorto en mi lectura, mi concentración se rompió cuando una pequeña nota se posó entre las páginas que tenía abiertas.

Alcé la vista observando a una chica que se alejaba indiferente a todo. No pude ver más que una figura embutida en un traje de chaqueta y falda, demasiado formal como para lo acostumbrado en la línea del tren. Una melena morena caía lacia hasta media espalda. No sabría determinar su edad ya que no pude ver su cara, aunque su espectacular figura delataba su juventud. No tardé en perderla de vista cuando siguió caminando entre vagón y vagón.

Tomé la nota donde sólo ponía un nombre y un número de teléfono. Tania.

Tres días dando vueltas a la cabeza, hasta decidirme a llamar. No sé por que tardé ese tiempo, ni que fue lo que me impulsó a hacerlo. Pero finalmente marqué el número y escuché los tonos de la llamada.

- ¿Hola? – Una joven, casi infantil, voz al otro lado de la línea.
- Hola ¿Tania?
- Si, soy yo.
- Buenas, mira, no sé como empezar.
- Ah. El del tren ¿No? – Cortó súbitamente mi intento de presentación, cosa que agradecí.
- Ummm. Si ese.- Afirmé serio, con mi habitual voz neutra.- Me dejaste esa nota y….
- ¿Podríamos quedar para tomar algo? Tengo que hablar contigo. – Su petición era casi una orden. Tajante y rotunda. No hay otra opción.

Poco duró esa primera toma de contacto. Acordamos un día, una hora y un lugar. No sabía si quiera como era físicamente para reconocerla, aunque ella afirmó que no habría problema ya que se había fijado en mi físico demasiadas veces.

Llegué al lugar de la cita, una cafetería céntrica de Madrid, escondida en uno de los callejones que atraviesan la calle del Arenal, justo antes de llegar a Ópera. Como es mi costumbre, llegué mucho antes de lo acordado, así que pedí un café solo. Deslicé mi atención en el local. No era la primera vez que estaba aquí. Un toque bohemio para el Madrid de los Austrias. Un punto de encuentro para universitarios donde algún corrillo disfrutaba de animadas charlas dejando en un segundo plano el hilo musical acorde con el estilo del garito.

He de admitir el nerviosismo que se agarrotaba en torno a mi estómago, mientras llegaba la hora. Parecía un disparate, una especie de cita a ciegas, donde yo era el ciego.

Una chica entra al local. Mi corazón se dispara como un resorte mientras me pregunto si es ella.
Rápido se desvanece mi idea cuando observo que se sienta junto al corrillo varias mesas alejada de la mía.

Ya es la hora, enciendo un pitillo y nervioso miro el reloj. Otra chica en la barra que parece sola, mientras ojea una revista. La miro, me mira y sigue pasando páginas.Pasa ya media hora de lo acordado y no hay muestras de que aparezca. Tras haber confundido a otras tres chicas con quien creía que podía ser Tania.

Me siento enojado de verdad. No me gusta esperar, así que me levanto y voy a la barra a pagar. Pido la cuenta. Pago.Salgo del bar y la luz me ciega por un instante. Entorno los ojos y me dispongo a bajar la calle cuando escucho.

- Hola.

Detrás mía la misma joven voz del teléfono.Me doy la vuelta y la chica de la barra me dedica una sonrisa. La correspondo con una seria ojeada al reloj.

- Perdona por no decirte nada dentro. Te estaba observando.- Una sonrisa candida. Pobre niña de papá. No entiendo esa retórica de la sonrisa como disculpa.

La observo en silencio, serio. Parece una niña bien, con ropita de marca muy clásica, como de secretaria de alto estanding. Una falda ceñida hasta las rodillas y una camisa blanca. Su arreglado y liso pelo circunda una cara redonda donde unos enormes ojos negros brillan acorde a su sonrisa blanca, inmaculada y llena de inocencia. Nariz redonda y labios grandes y carnosos. Una niña bien con cara bonita.

- Ven, entremos, te invito como disculpa. – Otra vez su tono imperativo, mientras me toma de la mano y me guía. ¿Acaso tengo opción?Debo de ser demasiado raro, pero odio que me toquen, por lo que el tacto de su suave mano me incita a soltarla como si estuviera desprendiendo descargas eléctricas. Sin casi darme cuenta estoy, de nuevo, sentado en la misma silla, aún caliente después de casi una hora de espera. Sigue observándome con esa sonrisa estúpida sin apartar su candida mirada de mí.

- ¿Qué quieres?- Tosco, rudo. Con mi habitual tono neutro de voz. Es mi forma de ser. Es mi estilo.

Un suspiro largo por su parte y la nena no para de hablar.

- Llevo observándote durante meses en el tren. Coincidimos en el trayecto y me fijé en ti.- Sorbe su refresco y continúa.- Tu gesto siempre serio, tu cuerpo enorme. Vas al gimnasio ¿No? Si, seguro. Tu ropa desaliñada, tu cabeza rapada y esa perilla grande. Das la sensación de ir perdonando vidas, pero por el contrario no pareces el típico macarra que quieres aparentar. Lees libros que no leen los macarras.- Decir esta estupidez y soltar una risa floja, todo en uno quedándose tan tranquila como si estuviera hablando del tiempo.- ¿Sabes a lo que me refiero? Si fueras un macarra de verdad irías con tus auriculares, pavoneándote, cuando te cruzaras con las chicas. Pero en cambio, te metes en tu libro hasta que llegas al final de tu destino. No. No eres un macarra.

- ¿En que mundo vives?
- ¿Lo ves? A eso me refiero, pareces un tipo duro, pero sé que no lo eres.- De nuevo su sonrisa dedicada a “Hello Kitty”.
- Me dijiste que teníamos que hablar. ¿Qué quieres?
- Quiero que seas mi esclavo.- Lo dijo tan natural como el sorbo al refresco.
Paremos el fotograma. Ahí, en ese preciso momento fue cuando mi cara debió asemejarse a la de las vacas pastando mientras ven pasar el tren. Así comenzó todo. Su disparatada oferta me dejó a cuadros. Cientos de dudas causando un caos monumental en mi cabeza como si de la M-40 en hora punta se tratara. ¿Yo esclavo? ¿Esta niñata me pide que yo sea su esclavo? ¿De donde cree que vengo?

Acepté. Sin saber como.
La advertí de mi situación sentimental. Tenía pareja. A ella no le importó lo más mínimo. Aseguraba que a partir de entonces yo era de su propiedad.

En algún momento me perdí en su labia estúpida e insulsa y su imperativa forma de hablar, condicionada por años de ser una niña de papá que siempre tuvo todo lo que quería. A fin de cuentas acepté.

Esa noche follé con mi novia como de costumbre, suave, delicado. Guiando y manejando la situación sin dejar de pensar que las cosas no iban a volver a ser así.

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