Recluso nº

martes, 10 de mayo de 2011

Niña bien - capitulo 13

Espejos. Reflejos inversos de una realidad.

La imagen que se proyecta sobre él es real, no así la que en su superficie aparece. Puede ser un estanque, o un charco, o nada más que una superficie pulida de cristal con un fondo oscuro.
No siempre inofensivo, es objeto y objetivo de mitos y supersticiones, llegando a ser falsa salvación para los que se pierden en el desierto.

Desconfía de un espejo. El reflejo no es real.

Dudé durante horas antes de enviar la petición de amistad en el Messenger.

Calculé fríamente. Tenía su nombre, su dirección de correo, su lugar de trabajo, sabía como era y lo que hacía con mi novia.

Pasé noches en vela observándoles desde algún lugar oscuro y apartado. Amparado en la clandestinidad de los desconfiados amantes. Todo ese tiempo aprovechado en revisar ideas una y otra vez con el papel que Tania me dio con su nombre y su correo electrónico.

Sergio. El celador que hacía disfrutar a Sara a mis espaldas.

Pulsé el botón “enviar” y esperé pacientemente.

Pasaron tres días después de lanzar dicha petición cuando al abrir el correo descubrí su nick conectado.

Mi pulso se aceleró al instante. Volví a revisar y ordenar mis ideas antes de hacer cualquier estupidez dando pasos en falso. Todas esas ideas que me hicieron perder el sueño tantas veces.
Parece absurdo pero mis dedos temblaron antes de pulsar la tecla “enter” para enviar el primer mensaje con una simple y estúpida palabra.

- “Hola”.

No tardó en responder, pero la conversación resultó absurda y en ocasiones tensa. Silencios largos y preguntas llenas de confusión. Mi objetivo estaba claro, pero debía contar con el factor humano y las variables que se podía presentar.

No es normal que un desconocido comience a darte conversación, pero el tal Sergio no debió darle tanta importancia.

Una cosa llevó a la otra y estuvimos hablando durante más de una hora y cada vez de forma más animada.

Tal vez sea por la máscara y esa barrera protectora contra la intimidad que te ofrece este medio de comunicación, pero me resultó demasiado fácil entablar las primeras palabras.
Si él me confesaba ser seguidor de algún equipo, yo hacía lo mismo. Le hice creer que compartíamos aficiones.

- “¿Tal vez de eso nos conocemos?”

Repito que no fue difícil entrar en contacto con él. Pero no me resultó demasiado fácil hacerme de su confianza. Aunque terminó hablando de su curro, de su equipo de fútbol, de sus aventuras.
En una conversación entre hombres no es difícil sacar a relucir temas demasiado recurrentes de deportes y sexo, sin ningún tipo de tapujo.

Se despidió confesándome que esa noche iba a pasarla con una compañera del trabajo, literalmente, follando como animales en un hotel de las afueras.

Y así debió ser. Sara tuvo “turno de noche”. Yo descansé, o al menos eso intenté, ya que ni siquiera podía espiarles.

Mi ama me dio esa noche de respiro y aproveché para mal dormir.

Recuerdo que soñé. Soñé profundamente. Caminaba por cuerdas pegajosas de las que pendían varias personas como frutas en maduración. Algunas caras me sonaban, otras jamás las había visto o no recordaba haberlas visto jamás.

Observaba sus caras de terror pero yo no las ayudaba. Seguía caminando observando con pasmoso silencio. Mi caminar por ese entramado de cuerdas era cada vez más rítmico y cómodo. Fui consciente de que realmente no miraba, sino vigilaba a cada una de aquellas personas y ellos no temían caer al vacío, por el contrario el terror se hacía patente ante mi presencia. Luchaban por soltarse pero el pegamento de las cuerdas se lo impedía y por cada brusco intento de soltarse quedaban más y más enredados.

A varios metros de mí algo brillante llamó mi atención y allí me dirigí instintivamente. Cada paso mío hacía vibrar los pegajosos filamentos y aquellas personas gritaban más y con más pavor.
Descubrí el motivo de sus miedos. Aquello que brillaba era un cristal. Un cristal oscuro tras el cual una gigantesca araña amenazaba con saciar un hambre acuciante.

Levantaba sus negras patas delanteras ferozmente frente a mí al ser consciente de mi propia presencia.

Temí, temblé y por fin grité. Pero un pánico mayor me paralizó.

Aquello no era un cristal. Era un espejo.

Al día siguiente Sara me despertó con un beso con sabor a tabaco. Miré a ambos lados sintiéndome a salvo de mi mismo y mientras entreabría los ojos comencé a vislumbrarla a la vez que acarició suavemente mi rapada cabeza.

- Buenos días príncipe.

- Buenos días princesa.- Froté mis ojos antes de incorporarme.- ¿Qué tal la noche?

Bufó suave y prolongadamente antes de responder arqueando su ceja derecha.

- Dura. Necesito ducharme, pero ya.

Me incorporé para seguirla al cuarto de baño vistiéndome sólo con el bóxer y tomando el paquete de tabaco y el mechero.

Abrió el grifo de la ducha a la vez que yo encendía mi particular desayuno.

- ¿Mucho trabajo?- Pregunté mientras tomaba asiento en el bidé.
- Si. La gente tiene la manía de ponerse enferma por la noche.

Comenzó a desnudarse dejando caer la ropa al suelo, como siempre hacia, antes de entrar a la ducha y cerrar la mampara.

Di una calada y arrojé la ceniza a la taza del water mientras no retiraba la mirada de aquel montón de telas.

No se quejó del tabaco como siempre hacía y eso me extraño.

Siguió hablando, contándome sus peripecias de hospital. Escuché cada una de sus mentiras, atestiguando mi presencia con afirmaciones guturales e interjecciones de testimoniales, mientras con la mano removí la ropa tirada.

Del interior de una pernera del pantalón saqué sus bragas. Estaban mojadas y la parte trasera tenía una pequeña mancha de sangre brillante.

Una profunda calada me arrebató un carraspeo hondo que arañó mi garganta hasta provocar una tos espasmódica.

Tuve que ir a la cocina a beber un vaso de agua.

Mis ojos lagrimearon durantes esos angustiosos momentos. Apagué el cigarro con el agua del grifo prometiendo dejar algún día ese puto vicio.


- ¿Estas bien cariño?- Asomó su cabeza por la puerta de la cocina.

- Si. Sólo tragué mal.

- Me voy a acostar. Estoy rota.- Deslizó sus brazos por detrás de mi cuello antes de besarme.- ¿Sales hoy?

- No. Me quedaré en casa.

La abracé por la cintura. Me deshice en su belleza. Sus ojos brillaban aún cuando me miraba. Y en su brillo vi reflejado el de mis ojos.

- No hagas mucho ruido por favor.- Guiñó un ojo y me volvió a besar.

Un liviano beso de hasta luego y se perdió al final del pasillo tras la puerta de un oscuro dormitorio con la cama aún caliente.

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