Recluso nº

martes, 10 de mayo de 2011

Niña bien - capitulo 12

Un sol invisible no resplandece. Un sol invisible no calienta, sólo ilumina de una forma difusa. Los objetos son visibles pero carecen de sombra. Como en un eclipse total al medio día.

Extraña sensación de calma tras la tormenta. Es como bailar sólo en el ojo de un huracán.

Es como mirar a la cara de la muerte mientras juegas con ella al ajedrez y hacer jaque. Dar un paso en la cuerda floja sobre un abismo.

Hacía apenas unos minutos éramos tres animales salvajes y ahora compartíamos un rato de café en la cocina de Marta como tres viejos amigos.

Cruzábamos miradas cómplices y algún que otro silencio incomodo sólo roto por una risa nerviosa de Tania, lo que sorprendentemente me despertaba hasta simpatía.

No tardó en confesar a su amiga que era la primera vez que una mujer se masturbaba delante de ella y que curiosamente le gustaba. Afirmó que volvería a repetirlo justo antes de dejar caer otra risa floja.

Si, Tania tenía decidido probar sexo con una mujer algún día. Lo decía y lo haría. Era caprichosa. Nunca le faltó aquello que deseaba.

Permanecíamos aún a medio vestir.

El cuerpo de Tania estaba protegido por un albornoz verde que llegaba a mitad de pantorrilla. Decidió secarse con él en vez de con una toalla. Su pelo aún estaba húmedo.

Marta sólo llevaba puestos unos vaqueros ajustados que delineaban una estupenda figura. Sus pechos estaban al aire. Grandes, desafiantes. Deliciosos aún sólo para la vista.

Estaba apoyada en la encimera observándome como escrutando cada resquicio de mi ser. Me daba la sensación de estar traspasando mi carne y mirando más allá de mi espectro físico. ¿Acaso me follaba de nuevo con su mirada? ¿Acaso navegaba en recuerdos recientes? Sólo un murmullo cadencioso nos hizo saber su nivel de atención a nuestra especial sobremesa.

- Me ha encantado, de veras que debemos repetirlo.

De verás que sí, repetí para mí, en silencio.

Yo estaba sentado en un pequeño taburete de madera en camiseta y calzoncillos, apoyado en una pequeña mesa de cocina.

Entendía que era el momento de las confesiones, así que con la taza de café caliente sólo en la mano, cabizbajo y avergonzado, revelé que había sido la primera vez que me habían penetrado.
Tras unos segundos de silencio pasmoso reflejado en las caras de ambas mujeres, una escandalosa carcajada rompió desde las dos bocas abiertas.

Comencé a reírme yo también sin saber el motivo. Nervios, ridículo, incertidumbre. ¿Qué más da? Era la mejor forma de aliviar la tensión del momento.

- ¿Nunca? – Preguntó Tania.

Negué con la cabeza.

Su respuesta fue una mueca mezcla de sorpresa y burla.

- No te preocupes.- Sonrió Marta intentando naturalizar la situación.- Es más común de lo que crees. Yo lo hago a todos mis... – Hizo una breve pausa buscando en sus pensamientos la palabra idónea.-… ¿Amigos?

- No seas tímido, yo también lo hago mucho.- Guiñó un ojo Tania.- No entiendo por qué os da tanta vergüenza a los hombres. Te gustó ¿No es así? Pues es lo que importa.- Sentenció mientras dio unos pasos hacia mí y echando la capa del albornoz hacia atrás se sentó sobre mis rodillas desnudas, notando su piel cálida sobre mi muslo.

Asentí tratando de recordarlo mientras sorbía el café caliente. Mi ano ardía aún en una extraña sensación no del todo incómoda.

Volvieron a sonreírme. Esta vez en un gesto de ternura y comprensión.

- Si, debemos repetirlo.- Sentenció Tania, mientras abrió sus piernas abarcando la mía y dándome la espalda. Parecía cabalgar sobre mi muslo como una amazona.

Podía notar la cálida humedad extenderse por mi extremidad, tal y como en mi cerebro se desarrollaba la imagen que debía estar observando Marta desde el otro lado de la cocina. Las piernas abiertas de su amiga, con el albornoz apartado y deslizando su sexo por una pierna.
Sus caderas cada vez se movían de una forma más rítmica sobre mí, mientras clavaba su mirada en los claros ojos de Marta. Tania disfrutaba con la imagen de aquellos que observaban como llevaba a cabo sus juegos.

Cada vez que llenaba su boca de mí, cada vez que me masturbaba, cada vez que lo hacía ella, siempre clavaba sus ojos en los míos buscando una especie de desafío o algún tipo de morbo especial que mis pupilas confesaran.

Se masturbaba para su amiga y ello me placía.

- Tengo planes para ti.- Dijo sin mirarme. Entendí que su reto iba dirigido a mí cuando posó su mano entre mis piernas buscando mi sexo, el cual comenzaba a palpitar ante otra escena tórrida, en la que mi ama, volvía a ser la maestra de ceremonias perfecta.

Me llegaba a frustrar pensarlo, pero todo esto había devuelto a mi vida una pasión en el sexo que creí perdida.

- ¿Planes?

- Si.

Sentí de nuevo arder mi mejilla como un espectral recuerdo de la ducha. Un fantasma difuso como una sombra formada por un sol invisible.
La incertidumbre de aquello que no se ve, pero se intuye.

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