¿Quién coño eres?
Frente al espejo mis aún somnolientos ojos desfiguraban a un tipo que me resultaba extraño y a la vez familiar. Sus tatuajes fueron la clave que me faltaba para resolver esa incógnita.
Froté mis ojos con fuerza tratando de desperezar unos parpados pesados. Mientras la neblina se disipaba recordé esa habitación en la que nunca antes dormí.
Esa cama no sintió antes mi calor. Ni esa chica que en ella reposaba.
Comencé a recordar que junto con aquella mujer que dormía aún boca abajo en la enorme cama, no solamente pernocté.
Recordé también en ese preciso instante que el pecado, en ocasiones, puede ser más que una delicia y séme sabedor de una situación que nunca me esperé y sin embargo recurrí constantemente como fantasía litúrgica.
Obvié todo aquello que me rodeaba y centré mis sentidos en ella. Aquella chica cuyas curvas resaltaban entre finas sábanas blancas. Respiraba con fluidez, armonía y exquisito silencio. Su encrespado pelo azabache daba pistas de lo que anoche aconteció.
Me acerqué al borde de la cama y me agaché para ponerme a una altura que me permitiera estudiarla.
El perfumado olor que brotaba de su boca al expulsar el aire me evocó más recuerdos que permanecían perdidos en el bosque que tenía por dormido cerebro. Me alimenté por unos instantes de su aliento.
Observé su suave piel pálida. Me recordó a una estatua de mármol. A una cariátide tal vez. A una diosa clásica en brazos de Morfeo. Sólo dos lunares en lo alto de la espalda resaltaban dando un toque de color. Sólo dos lunares allí donde moría su pelo.Me llamaban. Me obligaban a que les prestara atención. A que les mirara. A que les acariciara.
Mis dedos notaron el calor que desprendió su cuerpo. No, no era una estatua.
Sus ojos se abrieron lentamente como respuesta a mi caricia. Me miró. Sus descansados ojos no se sorprendieron. Me sonrió. Sus mejillas tomaron color mientras con su respiración brotó un suave y candido “buenos días”.
Mi mano seguía deslizándose por su suave espalda. Apenas un leve roce de la yema de mis dedos que erizaba su piel como si anular, corazón e índice representaran cada uno a un helado hijo de Eolo.
Sonrió y hundió su cara en la almohada, mientras dejó escapar de su boca un suspiro.
Deslicé mi vista por el resto de la habitación. La ropa interior de ella lucía esplendida junto a mi camiseta, en el suelo, cerca de mis pies.
Suavemente se volvió aún tumbada dejando sus impresionantes senos a la altura de mi cara.Turgentes, enormes, voluptuosos, llenos de poder y aún más pálidos si cabe que el resto de su piel.
Alzó sus brazos cruzándolos detrás de su nuca, mientras me dedicaba una sonrisa plena, llena de satisfacción y relajación, rebosante de complicidad y ternura. Regalándome también una impresionante imagen. Un cuadro goyesco tal vez dos siglos más tarde.
- ¿Qué tal?- La sábana llegaba a la linde y frontera de sus caderas.
- Bien.- Mi voz sonó ronca, incluso para mí. Nunca fui muy hablador en mis despertares y menos aún en situaciones tan novedosas como esta.
- ¿Desayunamos?
Negué con la cabeza mientras mis manos guiadas por un instinto primitivo se posaron en sus senos tan suavemente como lo hicieran en su espalda. Su respuesta fue cerrar los ojos.
Su corazón se desbocó.
Mis caricias dieron paso a mis besos y manos y boca se disputaron la bendición del sabor y el tacto de su cuerpo.
El sabor salado de sus pechos me indicó que aquella misma noche sudó. Sudó mucho y saber esto me hizo recordar imágenes pretéritas.
Esa misma noche ella cabalgó sobre mí. En este preciso momento, mientras mi lengua coronaba sus rosados pezones, resonaba en mi cabeza el estruendo de sus jadeos mientras llenaba mi boca de su jugo. Como el zumo extraído de la mitad de una naranja cuando lames una y otra vez su pulpa, aplaqué una sed aquella noche, de la que no quedé satisfecho por la mañana.
Recordé aún más el pasado mientras mi lengua, traviesa heredera de Pan, abría nuevos senderos de saliva sobre su salado y sudoroso vientre.
¿Fue la noche anterior o tal vez hace años?
No importa cuando nos cruzamos por primera vez en un vagón.
¿Nos cruzamos en el tren?
Mi lengua se hundió en su ombligo nuevamente. Arrodillado junto a la cama, ejercía mi particular rezo, con el hipnotizante sonido de una respiración acelerada pseudo jadeante. Ella posó sus manos sobre mi nuca intentando agarrar mi pelo, desistiendo ante una cabeza concienzudamente rapada. Entonces noté la presión de sus manos empujando mi cabeza al trópico de capricornio de su cartografía. Ya percibí el intenso olor de su sexo penetrando mis fosas nasales.
Mi erección era mayúscula. Apoteósica. Casi podía notar las palpitaciones a punto de hacer estallar aquello que desafiaba a la gravedad con tal altivez. Tuve que alzarme sobre la cama para poder degustar así el ansiado néctar que ya probé anoche, de tal forma que mi propio sexo quedó a la altura de su boca. Notaba el calor de su aliento en mi sexo, así como notó ella el calor del mío en el suyo.No tardé pues en sentir la cálida humedad del interior de su boca abrazando y succionándome, así como ella sintió las caricias de mi lengua.
Su jugo empapaba mi barbilla. Inundaba de un sabor exquisito mi paladar mientras notaba el cosquilleo producido por su lengua en mi sexo. Lentamente hizo el amago de levantarse, para indicarme que me tumbara sobre la cama boca arriba. La hice caso para mostrar mi enorme erección y degustar en solitario mi sabor, concentrándose en ello y evitando las distracciones de mi lengua.
Notaba su saliva deslizándose por el tronco. Notabas sus senos enormes acariciando mis piernas al compás que marcaba su boca en mí. Sus labios, tiernos y gruesos, me daban un placer indescriptible mientras sus ojos se clavaban en los míos.
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