Recluso nº

martes, 10 de mayo de 2011

Niña bien - capitulo 6

El recuerdo fue un jarro de agua helada.
El vello de mi nuca se erizó como el de un gato asustado.

En ocasiones es mejor la ignorancia al conocimiento. Tal vez mejor no, pero si menos doloroso.
Sentado en una cocina extraña, frente a una mesa desconocida, delante de un desayuno comprado en quién sabe que tienda por quién sabe cuanto.

Sólo el cigarro que se consumía lentamente entre mis dedos era conocido.

Sara y el tipo que la comía con pasión en una butaca oscura de un sombrío antro. Andrea y sus bragas negras en un vagón de tren. Todo era una mierda. Todo valía y sin embargo yo estaba hecho un lío.

Una promesa y una traición.

¿Fui yo o ella? ¿Hice esto por placer o por venganza?

Mi boca aún me sabía a su coño pero el sabor se diluía en el tiempo por cada calada.

Escuché el agua de la ducha dejar de correr y me imaginé aquel cuerpo de niña buena preparado para el pecado otra vez más.

Otra calada, otro pensamiento, otro vuelco del corazón al abismo de la incertidumbre con un grito desalentador de una moral dubitativa.

No tardó en cruzar la puerta de la cocina con el pelo aún húmedo sobre un cómodo albornoz de paño rosa chicle y correspondiente calzado de andar por casa a juego.

- Buenos días.- Su voz era suave. Para nada había resto de su típica impertinencia de niña de papa.

Se sentó frente a mi, no sin antes arrebatarme el cigarro y darle una calada. Tomé otro y lo encendí.

- Creo que esto no está bien.
- Ummm. Yo creo que estuvo muy bien.- Sonrisa y guiño, todo en uno.

Tania tenía una dentadura perfecta. Era envidiable. Tal vez debido al uso de algún tipo de corrector de esos tan caros que sólo se podían permitir niñas y niños bien.Me sentía sucio. Mental y físicamente. Me veía como un contenedor de basura lleno de mugre por dentro y por fuera.

- Sabes a que me refiero.

- No seas “cortarrollos”. Eres mi esclavo.- Su tono cambió. Ahora si cabe su tono autoritario la hacía parecer más caprichosa todavía. - Además recuerda lo que viste la otra noche.

- ¿Qué quieres?

Ladeó el albornoz dejando sus muslos abiertos y al aire una entrepierna que hacía apenas un par de horas era parte de mi desayuno.

- Quiero que me rasures.

Abrí la llave del grifo del bidé dejando correr el agua tibia hasta que se llenara el estanque. El calor húmedo trepaba por los azulejos como mis dedos harían a no mucho tardar por una piel igualmente tórrida.Tania me miraba apoyada en el marco de la puerta aún con el albornoz como único vestido, expectante ante cada movimiento y gesto mío.Mordía su labio inferior en una sonrisa más visible en sus ojos que en sus perfectos dientes.

Cuando consideré que la temperatura era la adecuada, asentí con mi cabeza en silencio reverencial.

Dio un paso al frente y mandó al suelo su albornoz. Cayó a plomo rebotando suavemente en el ajedrezado suelo del baño.

Cuerpo pálido y voluptuoso. Vestida disimulaba su contorno pero realmente es espectacular.
Abrió sus piernas antes de sentarse a horcajadas sobre el contorno del bidé. Sus ojos clavados en mí. Yo podía sentir como ella notaba el vapor acariciando sus ingles.

Sumergí mis manos en el agua caliente antes de impregnarlas de jabón. Todo en un estricto ritual. El jabón comenzaba a macerarse en una espuma blanca que cubría mis manos.
Era el momento de empezar. Tania lo sabía. Su pecho comenzó a hincharse en una profunda respiración que evidenciaba un fin ansiado. Sólo miraba mi cara con el anhelo del cazador analizando a su presa.

Sus ojos tenían más hambre que su boca.

Mi mano suplió la separación de sus dos muslos y posé la palma en su intersección.
Un primer y leve espasmo en el cuerpo de Tania cuando notó la fría espuma y mi enorme mano acariciando su entrepierna.

Volvió a morderse el labio inferior. Yo acariciaba sus labios, mucho más abajo.

Mis manos resbalaban suavemente entre los pliegues de su piel y entre el ensortijado pelo que se extendía por encima.

Apenas comencé a extender el jabón, comenzó a jadear. Era sencillo. Caricias calientes y jabonosas que fluían suaves como la brisa de otoño.

Cerraba los ojos con fuerza, imagino que era una forma de reprimir su impulso por querer besarme.

Mis dedos cada vez buscaban más territorio que explorar, llegando a abarcar todo aquello que puede esconder la ropa interior. Podía notar como su sexo palpitaba en mi palma.
Tomé la cuchilla una vez aclaré mis manos y la pedí que abriera un poco más sus piernas y reclinara su espalda hacia atrás.

Cada pasada de cuchilla dejaba al descubierto una pequeña porción de piel desnuda, la cual se erizaba más por la excitación que por el frío.

Concentré mi visión en mi tarea, hasta que una vez terminé, aclare con el mismo agua caliente con más caricias.

Mis dedos se deslizaban por su piel como si aún tuviera jabón. Tal vez fuera por el agua. Tal vez por la propia humedad que brotaba de ella.

- Sécamelo. – Susurro, suave, dejando morir la palabra en sus labios.
Tomé una toalla pequeña y así lo hice. Suave y delicadamente.

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