Un burbujeo incesante se remueve en mi estómago. La sangre súbitamente inunda mi cerebro y sonroja mi cara.
Las piernas tienen vida propia, tiemblan.
No tendría problemas en levantarme y sacar a los tortolitos a la calle con una buena ración de callos. Los de mis manos. Pero no. Sería demasiado fácil y sobre todo demasiado piadoso.
Salgo del garito. No miro atrás, mientras imagino en mi espalda a aquella que compartió mi cama, gozando de un cuerpo que no es el mío.
Calle abajo camino sin rumbo, ni dirección concreta. Un barco fantasma habitado por el resentimiento. Por la incomprensión.
El odio ciega, enmudece y ensordece. Priva de los sentidos para dar rienda suelta a instintos primitivos.
Negación, asimilación e inquisición. Impulsos encadenados.
¿Por qué? ¿Qué he hecho mal?
Alguien me llama en un murmullo lejano.
Las nauseas golpean mi estómago. Entre dos coches vomito con estruendo. Seguidamente me dejo caer en el bordillo de un portal.
Me falta el aire. Me tiembla el mentón. Me quiero morir.
El sonido de unos tacones me revela que la niñata me ha seguido.
Por fin demuestra la suficiente madurez como para sentarse a mi lado sin decir una puta palabra. La miro con ojos vidriosos, desfigurada tras las lágrimas acumuladas en mis párpados. Permanece callada y cabizbaja.
Asiento con la cabeza mientras trago saliva y enciendo un cigarro, para permanecer en silencio durante una eternidad.
La gente pasa por delante de nosotros evitando miradas indiscretas. Tania esta a mi lado, sentada con los brazos rodeando sus flexionadas piernas. Imagino que no esperaba mi reacción.
- ¿Quién eres?
- Tania.
- No seas estúpida. Explícame por que sabes todo lo que sabes.
- Lo siento, creo que tienes derecho a saberlo.
Tal vez fue esa frase la que me cortó de raíz el reguero de mis lacrimales. Algo escondían esas palabras. No todo era tan simple. El misterio en esta ocasión era el mejor kleenex.Deseaba que se corriera el telón de una vez y cada actor se presentara al único espectador de esta trama, que a su vez era protagonista principal.
- Verás, yo soy compañera de trabajo de Sara.- Fiuuuuuu. Un hilo de voz que suena como el silbido de una bomba a punto de estallar.- Te conozco de fotos que Sara nos enseñaba, de las cosas que nos contaba de ti. Hace tiempo que sentía una enorme envidia, porque Sara no estaba siendo todo lo legal que debería ser contigo. Alardeaba a su vez de sus aventuras con otros tipos.
– Fiuuuuuuu. Pummmm. El silbido acabó estallando. El telón se desplomó de pronto dejando en el desnudo de la verdad a todos los actores.
Que imbécil me sentí en ese momento.
- De verás que lo siento. Quería que lo supieras. Merecías saberlo.
Es cierto. Merecía saberlo, pero en esta ocasión, creo que nadie me consultó si realmente lo deseaba saber. Ojos que no ven tal y tal, dicen, y tal vez hubiera sido más piadoso para mi… y para ella.
Me incorporé, anquilosado por el tiempo que permanecí sentado, mientras agradecía a Tania su gesto.
Me observó pasmada como tratando de comprender mis palabras y mi radical cambio de actitud. Tranquilo, sereno, un remanso de paz, un estanque de aguas cristalinas y lisas como un espejo, después de haber sido castigado por una banda de niños en una competición por llegar más lejos tirando piedras.
- Vete a tu casa. Te llamaré pronto. De momento piensa que todo lo que ha pasado esta noche ha sido un sueño. Un abstracto sueño.
Tumbado en la cama espero la llegada de Sara. Ahora se me hace tan grande y fría, que me da la sensación de estar reposando sobre un iceberg.
Escucho el tintineo de unas llaves entrando en la cerradura. No tarda en sonar el chirriar de los goznes al abrir la puerta. Observo la sombra de su silueta dejando las cosas en la entrada ante la débil luz de los primeros rayos de la mañana.
Se acerca por el pasillo, torpemente intentando deshacerse del calzado.
- Buenos días.
- ¿Qué haces despierto tan temprano, cariño? – Se desnuda precipitadamente, mientras me mira con una sonrisa.
- He descansado bien. Me acosté pronto. ¿Qué tal la noche?
- Demasiado trabajo. Estoy cansadísima. Creo que me voy a acostar ahora y no me voy a levantar hasta la cena.- Una risita, mientras se lanza a mi lado.- Las noches son agotadoras.- Afirma mientras me acaricia las mejillas y me besa.- Tienes que afeitarte cariño.- Sugiere mientras escucho el “ras ras” de su mano deslizándose por la cara.
Apoya su cabeza en mi pecho ronroneando y simula que sus dedos caminan por él.
- Tienes un pecho enorme cariño.- Me observa con esa mirada felina mientras se muerde los labios. Conozco es mirada. Siempre me gustó, a pesar de que hoy la odio profundamente. Cada vez que me miraba así acabábamos deslizándonos entre las sábanas a primera hora de la mañana siempre que ella volvía de hacer una guardia por la noche.
- ¿Quieres un cigarro? – Pregunto seco, mientras me aparto suavemente de ella y desnudo camino hacia la coqueta para coger el paquete de tabaco.
- Sabes que no fumo, y tú no deberías, te lo he repetido mil veces.- Aún de espaldas sé que me está mirando el culo. Mi redondo y carnoso culo blanco. – Tienes un cuerpo precioso cariño.
- Es que hueles a tabaco.- Cambio de tema, mientras me giro para mirarla y me apoyo en la coqueta.
- Si, es que Tania fuma.- Balbuceó torpemente. El rápido parpadeo y su ligera tartamudez me dejaron claro que la pillé en un renuncio.- A media noche, cuando todo está tranquilo salimos fuera un ratito.
- ¿Tania? – Enciendo el pitillo.- ¿Quién es Tania?- Interrogo entornando los párpados para que no entre humo en los ojos.
- La compañera de noche, cariño, si ya te hablé alguna vez de ella. Un poquito pija pero buena chica.- Se incorpora y me abraza, mientras aprieta sus caderas contra mi cuerpo.Observo detenidamente su pícara sonrisa. Me besa y correspondo. Apoya su cabeza en mi pecho y me abraza.
- Ufff me voy a dar una ducha, tienes razón, apesto a tabaco y tu deberías afeitarte ¿No crees? – Me guiña el ojo.
Afirmo con la cabeza mientras sigo sus pasos cansinamente hacia el cuarto de baño.Abre el grifo de la ducha y comienza a desnudarse. Me siento en la tapa de la taza del water y la observo. Tiene un cuerpo preparado para el pecado.
Su tanga cae al suelo con levedad dejando al aire su intima porción de cuerpo mil veces recorrida por mis manos, por mi boca, por mi mirada. Se exhibe para mí. La encanta notar como la miro desnuda. Sonríe con picardía, sintiéndose dueña de mí, antes de entrar a la ducha. Sin prisa, haciendo este momento cada vez más dulce y a la vez más martirizante.
- Bonito paisaje.- Dice.
- ¿Preguntas o afirmas?
Piensa un poco y resuelve.
- Elige tu.- Con un guiño cierra la mampara.
Observo su silueta ondeándose a través del cristal en una dicotomía de sentimientos. Tomo su ropa interior y compruebo que aún sigue húmeda y salgo en silencio del baño para regar mi piel con el frescor del amanecer en la terraza. Hoy no voy a afeitarme. Hoy sólo quiero contaminarme, quiero morir poco a poco, disfrutando de la sensación irracional del masoquismo más perverso.
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