Recluso nº

martes, 10 de mayo de 2011

Niña bien - capitulo 3

Descolocado.
Fuera de lugar.
Hace mucho que no me encontraba así.

Prenso la mezcla e impregno suavemente de saliva el papel. Rulo, vuelvo a prensar y enciendo. Sencillo. Necesito el canuto.

Beso la boquilla. Suave como los labios de una amante.

Enciendo el equipo de música. Duro, sucio, Pee González escupe rimas en “Une ball dans la tete”, otra calada calentando garganta y pulmones, y siento ese tiro en la cabeza.No lo necesito, pero me ayuda a aclarar conceptos e ideas.

Gastamos demasiado tiempo pensando lo correcto de cada situación. La moral sólo es el pedal del freno en una vida con forma Mustang rojo. ¿De que sirve pues el acelerador?Arrastrando grilletes pesados entro en el éxtasis de la relajación. Me hundo en el sofá y mi cabeza navega en un tifón con la fuerza de una galerna. Me mareo. Todo se vuelve más difuso.
O yo me hago más pequeño, o la habitación más grande, no importa, el orden factores no altera el colocón.

Una sirena de policía acompasa los latidos de mi corazón allá por un lugar próximo de alguna calle cercana pero llegando a mis tímpanos suaves, remotos en tiempo y espacio.“¿Se imaginan queridos lectores tocar el cielo? ¿Han sentido el peso del mundo en sus músculos? Me refiero a intentar levantar un brazo con un esfuerzo hercúleo. Y la mayor trascendencia de todo esto, querer levantar el brazo como prueba de que realmente puedes hacerlo. Eso es tener un buen colocón.”Braguitas de negro algodón. De niña buena. Nada elitista para una niña de papa.
“No te preocupes chiquitín”, “Cállate y míralo”, “Por última vez ¿Lo quieres?”.
Cada una de sus frases taladrándome con su aguda e infantil voz.
No quiero. Si quiero. No puedo. Si, si puedo. Pero no debo. ¿Acelero o freno? Aún estoy a tiempo de faltar a la cita.

Lo abstracto de la moral, destinada a marcar encrucijadas con decenas de caminos por explorar y solo uno por elegir.Apuro la chusta con una enorme calada y apago el porro en el cenicero.
No, paso. No debo.Me levanto y camino hacia la nevera. La mejor amiga del consumidor de hachis. No me da tiempo a abrir la puerta para elegir alimento alguno cuando suena el móvil.

- ¿Si?
- Hola cariño. – La voz de Sara. La eterna voz suave de una chica buena.
- ¿Qué tal?
- Trabajando, ya sabes. Hoy me toca hasta bien tarde.
- ¿Y eso?
- Falta el turno de la noche y me han pedido que me quede.
Silencio. Sabe de sobra que no me gusta. Pero no me queda más que aceptarlo y lo acepto sin dar muestras de apoyo.
- Ok.
- Lo siento, pero es que ya sabes como funciona esto.
- Vale, vale, no digo nada.
- Bueno cariño no me esperes a cenar.
- OK, no curres mucho.
- Besos.
- Ciao.

Cuelgo. Mierda. Otra noche solo. Su responsabilidad con el trabajo sobrepasa mi capacidad de comprensión. Pero es su vida y no puedo hacer nada.

Abro de nuevo la nevera. Tomo el cartón de leche. Cierro la nevera y voy a por los cereales.
Suena de nuevo el teléfono. ¿Y ahora que?- ¿Si? – Cuando quiero soy de lo más amable. Hoy no.

- Hola, soy Tania.- Maldita voz pueril.
- ¿Cómo coño tienes mi móvil?
- Sé muchas cosas de ti, como por ejemplo que querías faltar a la cita.- Se que está sonriendo y eso me jode todavía más.
- Paso. Mira déjalo. Déjame en paz. No puedo seguir.- Siempre he sido un dócil indomable.

No me gusta la presión y no me siento cómodo con esto.

- No puedes. Aceptaste y ahora eres mi esclavo.
- Deja de jugar conmigo.
- ¿No querrás que se entere Sara?

Silencio.
Conoce a Sara, tiene mi móvil.
Retorno al principio. Piensa con tu puta cabeza fría tronco.

- ¿Qué quieres?
- Quiero que vengas conmigo a dar una vuelta a Madrid.
- No puedo. He quedado con Sara.
- No, no has quedado. Ella trabaja.- Ella y su puta sonrisa, seguro.

Roto no tengo elección.

- En la estación dentro de una hora.
- Ok, nos vemos- Su risa histérica al otro lado del teléfono es lo último que oigo antes de colgar.
Allí me veo reflejado en la enorme cristalera de la estación. Parado como un pasmarote, como un acusado durante un juicio esperando el veredicto.

Culpable.
Así me siento.
Allí la veo, caminando calle arriba. Hacia mí.

He de admitir que realmente es muy bonita. Un grupo de chavales dejan de hablar para admirarla. La dicen cosas y ella ni si inmuta. Como si no existieran.
Parece mentira que dentro de ese aspecto angelical se esconda un cerebro tan maquiavélico. Se acerca, sonríe enseñando al mundo una colección de perlas digna del mejor museo odontológico del mundo. Me da dos besos. Como diría el estúpido de Sabina, uno por mejilla. Me toma de la mano y con un movimiento de cabeza, sin dejar de mirarme a los ojos, me arrastra hacia el andén.

- Vamos.

Nos sentamos en un vagón repleto de gente que desea pasar la noche del viernes en Madrid. No para de hablar. Es como una emisora de radio. Tal vez sea su estado natural o tal vez esté nerviosa, pero palabra tras palabra, me hace el viaje más llevadero. Por lo menos no trata el tema que tanto parece interesarle, mi esclavitud. Además, para mi resulta más fácil observarla de vez en cuando y asentir con la cabeza cada cierto tiempo.

Llegamos a Atocha.

En la acumulación de gente en la puerta deseando bajar, noto su mano deslizándose por mis lumbares, acariciándome suavemente con dirección a latitudes más australes. Deja caer su mano por mi trasero mientras mira a otro lado, como si su cerebro y sus extremidades no tuvieran relación alguna.

Tiemblo ante el roce aún por encima de la tela del pantalón.
Aparto su mano suavemente. No. Aún no, por favor.

Su mirada comienza a irradiar lo que se vislumbra como una mezcla de odio y pasión retadora.
Bajamos y no decimos absolutamente nada hasta llegar al metro.
Salimos a la calle, llevados por la marea de gente dispuesta a evadirse el viernes noche.

- ¿A dónde vamos si se puede saber?- Pregunto, dejando en evidencia mi nerviosismo por esa intriga.

- Conozco un sitio en esta calle que ponen unos mojitos deliciosos.- Vuelve a sonreír. Sus ojos brillan. Como su sonrisa. Me toma de la mano. Se para frente a mí.- Venga no te pongas así, hoy seré buena.- Se alza de puntilla y me da un pequeño beso en los labios, para seguidamente tirar de mi, como de costumbre. Todo es muy rápido, casi no podría considerarse beso.Entramos en un local muy oscuro. A juego con la noche que abraza Madrid ahí fuera. Sólo cuatro focos que penden del techo de la barra, dan cierto ambiente al local, en cuyas paredes se extienden multitud de sillones cerrados a modo de reservado. Muy intimo. Lo prefiero así. La música, clásico house minimalista que tan poco me representa y tan de moda está, no suena muy alta. Es de agradecer. Las siluetas de las parejas se vislumbran deseándose en los reservados. Tania charla con el camarero, el cual sirve dos copas, las toma y nos dirigimos hacia uno de esos sofás tapizados en cuero negro.Observo a mí alrededor primero. Tras confirmar que pinto menos en este local, que un cura en una convención de ufólogos, acierto a encontrar lo que buscaba. Se permite fumar y me enciendo un cigarrillo.

Dos caladas y Tania me arrebata el pitillo para comenzar a fumárselo ella. Cojo otro.

- ¿Qué te parece el sitio?
- Bueno, no sería cliente VIP, pero es tranquilo.
Se acerca más a mí. Sé cual será su próximo paso y no quiero que llegue.
- Tania. No quiero seguir con esto. ¿Qué quieres de mí? ¿Cómo sabes mi teléfono? ¿Cómo sabes que mi novia trabaja? ¿Podrías explicármelo por favor?- Trato de ser lo más amable posible.
Acerca sus labios a mi oreja y susurra.
- Quiero eso.

Acto seguido señala a una mesa al otro extremo del local.

El cambio de luz, hace que tarde en enfocar mi vista. Una pareja se deshace en besos. Las lenguas fluyen de una boca a otra. Ella acaricia el pecho de él, mientras el corresponde en la espalda de ella y más abajo. Hay pasión en sus besos. En sus gestos. En sus caricias.

- ¿Quieres que nos demos el lote?
- Observa más detalladamente.

Sonríen cada vez que despegan sus labios.
Sigo esforzándome en enfocar a través de las tinieblas y lo consigo. Un momento. Ella no es ella. Ella es Sara.

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