Un metrónomo es capaz de marcar un tempo perfecto. Un compás de golpes por minuto a petición de aquel que necesite ser guiado.
Ansioso y sumiso andaba hacia un destino incierto. Como un condenado caminando hacia el cadalso pero con un peor destino. El reo por lo menos conoce su futuro inmediato. Yo no.
Su mano era liviana, suave y delicada. A penas sentía una leve presión en mi muñeca mientras me guiaba a donde ella deseaba como si yo fuera un crío. Un niño pequeño y bueno que hacía caso a todo lo que le pedían.
- “Si, mama. Lo que tú digas, mama. Cuídame, mama.”
Privado de la vista durante esos minutos, horas o eternidades, el resto de mis sentidos comenzaron a experimentar una transformación que jamás imaginé.
Mi piel era capaz de distinguir la más mínima corriente de aire cambiante, en la planta de mis pies sentía la agradable temperatura de la tarima de madera, mis oídos escuchaban mis sigilosos pasos y los tacones de Marta, que sonaban como truenos rompiendo el cielo en mil pedazos, de una forma acompasada. Como un metrónomo.
Mi guía elegido. La guía que me eligió.
Por fin, tras caminar unos metros que se hicieron eternos, entendí que entrábamos en un cuarto de baño. El frío de los azulejos erizó el vello de mi piel instantáneamente a la vez que mis pies notaron el cambio de temperatura entre el entablado y la plaqueta.
- Siéntate aquí.- Ordenó Marta con una voz sorprendentemente suave y dulce que contrastaba con lo imperativo de su mandato mientras posaba en mi mano una banqueta.
Me ordenó sentarme como si no quisiera obligarme. Pude intuir en su tono incluso ternura y cariño.
Ante el frío, mis músculos comenzaron a temblar y aquello que hace unos segundos se mantenía enhiesto, se desinfló como un globo.
- Veo que tienes frío. Tranquilo, pronto comenzará subir la temperatura.
Escuché el grifo de una ducha abrirse al máximo.
Intuí que estaba en un cuarto de baño grande, donde todo parecía enorme.
- Escucha detenidamente lo que voy a decir. No quiero repetirlo.- Su voz ya no era el dulce sonido que me ordenó sentarme. Ahora hablaba en serio. Dura, altiva.
- Voy a entrar en la ducha. Verte me ha hecho sentirme sucia. Es tu responsabilidad. ¿Entiendes? Y como tú eres el responsable, tú serás el que me limpies. Pero lo harás con una condición. No te quitarás el vendaje de los ojos. Entraremos tú y yo en la ducha. Es grande, no te preocupes, cabremos los dos de sobra. Yo no te diré absolutamente nada, no pronunciaré una sola palabra cuando estemos dentro, todas las ordenes las daré aquí fuera. ¿Has entendido?
Asentí con la cabeza como un crío al que le estaban regañando.
Comencé a notar el calor del vapor que emanaba la ducha, calmando mi temblor.
- Bien. Una vez que atravesemos la mampara de la ducha, deberás comenzar a enjabonar todo mi cuerpo, suavemente. Tal vez con mi mano indicaré donde y como debes limpiar más y más detenidamente. Después de enjabonarme deberás aclararme y tal vez te pida algo más. ¿Has entendido?
Afirmé de nuevo.
- Eres un buen chico. Me gusta tu obediencia. Pero me has hecho sentirme muy sucia y vas a comprobarlo.
Escuché como desabrochaba los botones de su blusa y como la arrojaba al suelo. Seguidamente una cremallera que intuí, sería de su falda. También escuché la prenda caer.Pude imaginar su cuerpo maduro y precioso delante de mí lo que me provocó una nueva erección.
- Mira lo que has hecho.
En cuanto pronunció esa frase noté como acariciaba mi boca y nariz con un trozo de tela.Húmedo, caliente y perfumado con el aroma más íntimo de ella. Pude comprobar la excitación de Marta saboreando y oliendo el jugoso y abundante néctar de su entrepierna desde sus propias bragas. Realmente estaba empapadísima.
- Veo que te gusta.
Supongo que observó como mi erección era todavía más notable.
- Bien. Ya es hora de que arreglemos esto. Levántate y entra en la ducha.
Me ayudó a poder entrar. A tientas parecía un gigante lento y torpe pero por fin entré y noté el agua caliente saliendo a gran presión, golpear mi piel.
Tanteé la ducha. Con los brazos extendidos y no era capaz de alcanzar una pared con su contraria. Calculé que era una ducha rectangular, de aproximadamente dos metros por dos metros y medio. Gigante. El agua sólo empapaba en uno de los laterales. Justo debajo del grifo.
En la otra parte del recinto, el agua caía del techo como pulverizada, como si estuviera siendo lanzada por un rociador. El líquido se pegaba a la piel, caliente y notaba como empapaba mi cuerpo con la sensación de ser acariciado.
De pronto me di cuenta de que también estaba relativamente privado del sentido del oído. La presión de la ducha era tan fuerte repicando sobre el cristal de la mampara que cuyo estruendo no permitía escuchar otra cosa que el propio golpeteo del agua.
Sólo un sonido más. La mampara volviéndose a cerrar.
Ya había entrado. Los dos en esa habitación enorme de sensaciones.
Volvió a agarrar mi muñeca pero esta vez con más fuerza. Imaginé entonces que la excitación del momento la llevó a dejar la sutileza que la caracterizaba.
Extendió mi mano y depositó en ella una esponja empapada que rezumaba jabón por entre mis dedos mientras la aplastaba.
Busqué a tientas su cuerpo y no tardé en encontrarlo.
Deslizaba la esponja por toda su anatomía como un escultor en su obra de arte.
Reverencialmente la esponja paso del cuello a sus pechos, a su abdomen, a sus muslos y piernas, enjabonando a petición repetidas veces, perdiéndose entre sus nalgas y su entrepierna.
No tardé en sentir como Marta tiraba la esponja y depositaba en la palma de mi mano un líquido viscoso y frío el cual intuí sería gel.
Entendí que deseaba sustituir la forma de aplicar el jabón y así lo hice. Noté como apoyaba su espalda en mi pecho y mis brazos la rodearon para dejar mis manos resbaladizas acariciar y mimar todo su cuerpo.
Estábamos bajo el agua vaporizada y la sensación térmica era asfixiante. No sabía distinguir si mi piel estaba húmeda por el agua o por el sudor. No necesitábamos del jabón para que nuestras pieles se deslizaran un contra la otra con la suavidad de una maquinaria bien engrasada.
Mis dedos acariciaron su cuello y bajaron a su pecho. Sus manos agarraron las mías con fuerza, mucha fuerza deteniéndolas en ellos. Deseaba que se los apretara, que los acariciara, que me deleitara en su grandeza y su suavidad.
Imaginaba el cuerpo de Marta desnudo y acariciado por mí y casi podía verlo. Mi boca instintivamente se posó en su cuello y lo besé, lo lamí degustando el sabor salado de su sudor. Pude intuir un suspiro ahogado por un mordisco de labios queriendo salir de la boca de Marta.
Sentí el trasero de Marta empujar hacia atrás para notar una polla que estaba a punto de estallar.
Aplasté suavemente sus pechos. Realmente eran grandes y muy suaves.
Mi mano derecha no pudo esperar mucho más y agarrada aún con la de ella, bajaron las dos por su ombligo y se posaron entre sus muslos para que el gel limpiara mi pecado. Ese pecado que había saboreado minutos antes directamente de sus propias bragas. Me relamí al recordarlo.
Con mis dedos abrí sus labios y noté flojear las piernas de Marta y esta vez el suspiro ahogado se convirtió en un gemido imposible de reprimir.
No sabría adivinar si era por efecto de la espuma o por la propia excitación, pero mis dedos resbalaban aún más en una maravillosa viscosidad ardiente.
Noté un pequeño pliegue de piel erecto. Entendí que era y mi dedo corazón tomó vida propia para rozarlo suavemente mientras mi mano izquierda bajó por su espalda perdiéndose en su redondo culo y mi lengua lasciva limpiando a su manera cuello y oreja.
Era una sensación extrañamente satisfactoria. Sentía estar en la propia jungla regado por una humedad sofocante frente a una ensordecedora cascada. Me sentía un animal salvaje dejándome arrastrar por instintos igualmente primarios y así lo hice.
Deslice un dedo dentro de su ano. Esto llevó a Marta a dar una pequeña sacudida, pero no impidió que siguiera.
Era extraña la diferencia entre una mano y otra. Mi derecha se deslizaba caliente sin fricción alguna por un coño empapado, y el corazón de mi siniestra estaba siendo fuertemente oprimido por los pliegues de su ano.
Sentía su entrepierna rasurada palpitar como llena de vida por un corazón secundario.
Temblaba. Notaba como vibraba por cada caricia. Sus jadeos eran ahora perfectamente audibles y acompasados y vino a la mente de nuevo la visión del metrónomo.
Cuando creí que todo iba a terminar en un enorme orgasmo de Marta, se separó bruscamente de mí y volvió a tomarme de la muñeca para arrastrarme a la cascada caliente de la ducha.
Era el momento de aclarar su cuerpo.
Mis manos siguieron la dirección de la manta de agua que nos empapaba y mis dedos se dejaban deslizar por su piel como una hoja caduca por el cauce de un río.
Me abrazó esta vez ella a mí para besarme. Sus brazos rodearon mi cuello y mis manos se entrelazaron en su espalda.
El agua golpeaba nuestras cabezas y caía en cascada por nuestros rostros regando nuestras bocas hambrientas una de la otra. Nuestras lenguas, nuestros labios, nuestra saliva mezclada y bañada, jugando y bailando una canción inventada.
El pañuelo que me cubría comenzaba a pesar demasiado al estar tan empapado y percibí que iniciaba un camino con destino al suelo. Ya no importaba tener o no tapado los ojos y ayudé a la tela a seguir su camino, deshaciendo el nudo, mientras seguía abrazado y besado por esa boca de labios carnosos de aquella mujer madura y tan extremadamente sexy que bebió el zumo de mi boca.
Mi polla se perdía en su entrepierna, acariciando por fuera sus labios como antes lo hizo mi mano. Era delicioso para mí, pero vislumbré que para ella era aún más.
Mis ojos seguían aún así cerrados disfrutando de un beso caliente y muy húmedo, mientras sus manos comenzaron a resbalar por mi espalda hasta agarrar fuertemente mi culo.
Apretó. Apretó mucho con un ansia que no reconocía en lo poco que había compartido con Marta y fue ello lo que me llevó a abrir los ojos y de pronto todo se desmoronó.
Me separé de ella instintivamente.
Había sido todo un engaño. Aquella mujer a la que había lavado con mis propias manos no era otra que Tania. Marta estaba junto a la mampara observando cada uno de nuestros movimientos desnuda, con sus manos perdidas entre sus piernas.
- Sorpresa.- Sonrió Tania con su maldita sonrisa.- A mi no me besas así. Voy a tener que castigarte.
Tragué saliva torpemente. Me quise marchar pero me quedé literalmente congelado. Noté el rubor subir por mis mejillas y mi corazón latir irregularmente en una taquicardia eterna.
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