Es difícil explicar porque una polilla se siente irremediablemente empujada a morir quemada en una llama.
Si alguien me preguntara no sabría responder la necesidad que tenía de viajar a ese oscuro garito y flagelarme con la visión de Sara entre los brazos de otro hombre.
No sé porqué, pero pasé horas interminables apurando un vaso de tubo semiescondido en una sombría esquina espiando. En ocasiones llegué antes. Otras veces ellos parecían esperarme en el mismo sillón de siempre, aún sin caer en mi presencia.
Vuelo como una polilla buscando amparo en el frío de la noche. No soy libre. Mis sentidos me engañan. Una luz y calor, sólo necesito eso. Pero en frente de mi hay más calor y más luz de la que mi cuerpo puede soportar.
Cada semana una noche de martirio y una mañana de esclavitud, dejando pasar el verano y viendo morir el otoño.
Lloraba solitario perdido en las calles oscuras, cuando salía de ese infernal antro.
Pensaba. Pensaba mucho. Daba más vueltas a mis ideas de las que las calles me vieron dar a mí.
¿Venganza? ¿Acaso no era yo peor? Necesitaba respuestas a tantas preguntas y a la vez no quería escucharlas.
Seguía volando irremediablemente en dirección a una luz brillante a sabiendas de mi perjuicio y seguía descendiendo en caída libre dentro del pozo de la imaginación.
Podía imaginar claramente como él follaba con Sara. Como la tenía entre sus brazos. Como la gozaba.
Visualizaba su pequeño cuerpo siendo poseído por detrás y aquel extraño tratando a mi tesoro sin cariño alguno porque Sara no quería afecto, sólo echar un polvo furioso, duro, sucio y guarro, muy distinto a lo que yo le daba.
Sus manos aprensando sin compasión aquellos pechos pequeños y duros que yo solía acariciar y besar tiernamente.
Podía dibujar su cara empapada en sudor, mordiendo sus carnosos rojos labios tratando de reprimir un gemido de placer. Apretando sus ojos, las sabanas con sus manos. Arrancando un grito tras un jadeo constante.
Imaginaba a ese tipo cabalgando sobre ella, haciéndola suya sin ningún tipo de gesto tierno. Todo sucio. Sólo sexo.
Proyectaba en mi mente una explosión orgásmica expandiéndose desde la entrepierna haciendo reventar mi corazón por cada pulsación.
Cada mañana siguiente, Sara preguntaba que ocurría con mis nudillos.
Pelados, en carne viva, aún sangrantes, fueron testigos de algún encuentro fortuito con alguna una pared. Cada semana una excusa nueva. Y quedaba satisfecha con la explicación y durante horas regresaba al reino de los sueños y yo a las mazmorras de la servidumbre.
Eran pocas horas, pero Tania sabía que disponía de ella para reclamar mis servicios.
- ¿Quien es?
Estaba desnudo en aquella cama desconocida que ahora comenzaba a ser lecho habitual. El corazón aún me latía desbocado después de trasladar mis pensamientos a la realidad, cambiando sólo los protagonistas.
- ¿Quién es quien?-Aún jadeante, sus palabras se deslizaron entre suspiros.
- El tipo ese con el que se divierte Sara.
- ¿Qué importa?- Su respiración se recuperó casi instantáneamente. Mi pregunta fue demasiado molesta. Llegó a incorporarse sobre sus codos mientras me dedicaba una mirada furibunda.
- Me importa.
Volvió a tumbarse bruscamente mirando al techo.
- Es un celador del hospital.
- ¿Le conoces bien?
- Bastante, curra en nuestra planta. Se llama Raúl.
- ¿Tiene mail?
- ¿Para que lo quieres?- Giró su cabeza. Algo intuía en esos momentos.
- Eso es sólo cosa mía. – Lamí su boca mientras volvía a imaginar a mi pequeño tesoro siendo profanada por un cabrón como yo.
Me quedaba el consuelo de que no lo hacía por buscar amor. Ese pequeño desahogo me apartaba del vuelo hacía el fuego.
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