Una luz.
Desde el inicio de la civilización el ser humano ha buscado una luz. De hecho el avance de las civilizaciones se basó en gran parte en la búsqueda de estabilidad y protección, entre otros motivos, a las tinieblas.
Tememos a la oscuridad por herencia genética colectiva. Un legado adquirido antes si cabe de nuestra propia humanidad. Un instinto anterior aún de hablar de simios, mamíferos y reptiles. La norma general es la activación de la vida en las horas de luz y es algo que no aprendemos, es algo que sabemos pero nadie nos enseñó.
Embozado en el cuello de mi abrigo trataba de enfriar mis ideas o por lo menos ponerlas al nivel gélido del seco invierno madrileño que congelaba mis orejas.
Miré de nuevo la nota que me facilitó Tania.
Un nombre, una dirección, un teléfono. Por la parte de atrás otro nombre y una dirección de correo electrónico.
Tania cumplía así con el trato.
- Pórtate bien con Marta. Haz todo lo que te pida.- Me ordenó mientras me daba la nota y besaba mi boca.- Es alguien muy querido para mi. ¿Entiendes?- En ocasiones llegaba hasta parecerme una buena persona. Pero sólo cuando realmente dejaba de ser esa niñata de familia bien y hablaba como alguien normal.
¿Normal? ¿Quién es normal? ¿Qué es normal?
Me llegaba a resulta gracioso referirme a un adjetivo tan superficial.
En los últimos meses de mi vida, todo aquello que poco a poco creía haber asentado se había venido a bajo. Mi pareja me era infiel y yo a ella. De hecho yo era esclavo por voluntad de una chica que ni siquiera me caía bien. Para más pesar, ahora era compartido como un trozo de carne entre dos perros hambrientos. Y tenía la absurda sensación de que cada rostro que se cruzaba en mi camino escondía un secreto como el mío. Una historia negra, inconfesable, causante de fantasmas propios que gustaban de refugiarse en la oscuridad de nuestro cerebro y huir de la luz cegadora de la verdad. Una idea que me hacía pensar que mi sumisión actual era algo relativamente normal.
¿Normal? En esta sociedad lo anormal es cumplir con el significado de normal.
Asentí e introduje la nota en un bolsillo del vaquero mientras salía atravesando el cuidado jardín de su casa de bien, en su barrio residencial, con porteros de finca, seguridad privada y campos de golf.
Comenzaba a no sentir nauseas cada vez que volvía a ese infierno color rosa tan alejado de mi barrio. Y eso sí que me preocupaba.
Me apoyé en la marquesina cuyo autobús me llevaría dirección al centro. Se acercaba la hora de la cita.
Me temblaba el pulso mientras trataba de buscar el número de teléfono de Sara en mi viejo móvil. Ni siquiera el recién encendido pitillo calmaba mis nervios.
Uno, dos, tres tonos.
- Hola cariño.- Voz dulce
- ¿Qué tal?
- Bien, trabajando un poco. ¿Y tú?
- Recién salido del gimnasio. Cansado pero bien. – Una profunda calada que entra fría en mis pulmones.
- Recién salido del gimnasio y fumando por lo que oigo.- Su tono se ensombreció.
- Si. El vicio, ya sabes.
- Si. Ya sé.- Antes candida, ahora seca.- Cuéntame.- Odiaba que fumara.
- Que voy a bajar al centro. He quedado con los antiguos compañeros del curro a tomar unas cañas. No me esperes para cenar.
Una interjección de pequeña sorpresa y un cambio en el tono de voz a más alegre.
- Ok, no te preocupes. Diviértete.- Demasiado contenta. Suplía planes por otros nuevos. Interpreté todo de forma correcta. Yo con una desconocida. Ella con su conocido. No perdía el tiempo y tampoco podía reprochárselo.- Entonces nos vemos esta noche.
- Si, un beso cariño.
- Otro para ti.
- Sara. – No pude evitarlo. Necesitaba decirlo.
- Dime.
- Te quiero.
El silencio, aparentemente de segundos se hizo eterno.
- Y yo a ti, guapo.- Su voz esta vez era de sorpresa. - Luego nos vemos.
Colgué. Di una última calada y lancé la colilla lo más lejos que pude. Decenas de chispas rebotaron en el asfalto y fueron arrastradas por el gélido viento.
Llegué frente a un edificio de apartamentos del centro. Era la dirección de la nota.
Frente al portero automático pulsé el botón del piso. No tardó en contestar y abrir.
Entré en el ascensor junto con una mujer mayor, seguramente vecina de mi segunda dueña.
Tal vez fueran imaginaciones mías pero sentía a aquella señora clavando sus ojos en mí. Observando cada pequeño movimiento y leyéndome el pensamiento. Imaginando por qué y para qué estoy subiendo al lado de ella.
Mi corazón latía estrepitosamente. Sentía que ella podía escucharlo.
Creo que llegué a ruborizarme. Suerte que el ascensor no tardó en llegar a la planta destino.
La puerta estaba abierta. No llamé. Entre directamente y escuché la voz de Marta pidiéndome que entrara y cerrara la puerta.
Del recibidor pequeño nacía un estrecho pasillo que desembocaba en un amplio salón en el que Marta me esperaba sentada con la misma actitud altiva que la de esta misma mañana y con sus felinos ojos claros amenazando mi intimidad.
Las paredes de un blanco inmaculado hacían resaltar los pocos muebles caoba que decoraban la estancia. Una mesa junto a la que me paré tenía una bandeja de fruta pelada y un pañuelo negro.
Estaba sentada en un sofá. Como lo estaba esta mañana. Vestía una blusa blanca ceñida abierta hasta el escote y una amplia falda gris que casi rozaban sus rodillas. Su melena caía por los flancos de su cabeza como en una cascada.
Mi primera impresión fue la de una mujer tremendamente sensual.
Me saludó escuetamente pidiéndome que no me moviera del centro de la habitación y así lo hice.
- Tienes un pañuelo en la mesa, tómalo y véndate los ojos, por favor.- Ese “por favor” rechinaba por la forma tan imperativa de decirlo. No tardé en seguir las instrucciones y perder así la visión completamente.
- Quiero que ahora te desnudes al completo. No dejes absolutamente nada de ropa en tu cuerpo. – Su voz era tan sumamente poderosa que me hacía sentir realmente pequeño, exiguo, insignificante. Sin voluntad absoluta. Sus órdenes no sonaban en absoluto como las ordenes de Tania. Aquella mujer madura, si sabia ser ama.
Poco a poco dejaba caer al suelo mi abrigo, mi sudadera y camiseta, pantalones, calcetines y por último mi ropa interior imaginando que estaba formando una alfombra irregular y policromada.
Y mientras imaginaba caí en la cuenta de algo de lo que no me había percatado hasta ese momento. El silencio.
Comencé a sentirme realmente indefenso. Imaginaba que estaba frente a mí, pero su mutismo me hacía dudar. Dudar incluso de que estuviera solamente ella. Me sentía realmente vulnerable. Sólo era capaz de sentir el calor irradiado por la calefacción, lo cual me reconfortaba.
Los minutos se hicieron realmente eternos. Estaba a merced de una orden que no llegaba.
Era incapaz de discernir los designios de aquella interesante mujer. ¿Me estaba mirando? ¿Estará jugando con sus dedos entre sus piernas? ¿Se habrá marchado? ¿Habrá más gente mirando?
Confuso, permanecía en mi puesto como un vigilante a pesar de mi inquietud. Necesitaba una luz a toda costa y esa luz no venía.
Por fin, no podría afirmar si fueron segundos o años, escuché el sonido de lo que intuí como Marta incorporándose del sofá.
Ahora la incertidumbre es que hará. ¿Qué ordenará?
Escuché sus pasos acercándose a mí y puedo sentir un aliento calido que arrastra unas palabras a mi oído, en un susurro que murió en mi cuello.
- Ahora debes permanecer estático. No debes moverte lo más mínimo.
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