Recluso nº

martes, 10 de mayo de 2011

Tal vez por eso...

Tal vez sea por esas tonterías que nos hacen tan reales.
No me gustan las historias de princesas, príncipes y perdices. Soy pragmático, no romántico.
Veo la magia en esas gotas de refresco que caen por tu barbilla cuando ríes y no puedes terminar el trago. Sonrío cuando te enfadas y muestras tu dureza.
Nunca me gustó lo perfecto ni lo fácil. Ni lo soy ni lo deseo ser. Soy así de gilipollas.
Hoy te muestras altiva. Chula.
Provocas una discusión. Una pelea estúpida, cuatro gritos y te entierras en el sillón subiendo de volumen la tele con el mando.
Hoy juegas a ser más dura que yo y muestras ese atractivo salvaje mientras finges estar enfadada porque sabes que eso me gusta.
Sé que actúas. Me quieres provocar pero no puedo evitar entrar en el juego. Conoces mi punto débil.
Me derrites con eso pero no lo quiero tan rápido.
Hoy soy capaz de tener celos hasta de la caja tonta. De tus zapatos, del cuello de tu blusa, de la licra de tus bragas.
Sería capaz de claudicar mi orgullo y arrodillarme ante ti, pero hoy no.
A la mierda, serás victima de tu propio juego.
Me levanto del asiento y me marcho del salón dejándote la palabra en la boca.
Oigo tus gritos de reproches a mi espalda.
Simulo no escuchar.
Me tumbo en la cama después de poner la cadena de música y subir el volumen.
Eso te enfurece más y con un portazo sellas nuestro lecho.
Tu dedo inquisitivo y acusador me saetea con cada exclamación tuya.
Observo como tu cara cada vez más, toma un color bermejo brillante. Estoy a punto de arrepentirme y ceder pero me mantengo firme.
Por fin callas y das muestras de volver al juego.
De pie, te deshaces de tu ropa con mucha calma apoyada en la puerta. Con parsimonia dejas resbalar tu ropa interior entre tus muslos hasta dejarla a la altura de tus pies.
Me deleito con la imagen de tus bragas empapadas acariciando tus tobillos, hasta que das un paso y te tumbas desnuda a mi lado.
La música ahora retumba alta, demasiado fuerte.
No pienso rendirme. Aún soy fuerte pero sabes jugar.
Tus manos son los apéndices de mis ojos.
Acarician aquellas partes de ti donde mis ojos hacen reposo y tus jadeos se hacen tan atronadores como aquellos que suenan por los bafles.
Lames tu mano humedeciéndola antes de perderla entre tus piernas y comienzas a moverte al compás de tus caricias.
Vuelves a chupar tus dedos, pero no dejo que tu brazo vuelva a bajar.
Perdí la partida y tomando tu muñeca, acerco tu mano a mi cara. Puedo notar el olor de tu coño inundando mis fosas nasales. Ahora paladeo su sabor salado regando con mi saliva tus juguetones índice y corazón.
Muerdes tus labios y es hora de que mi mano y la tuya desciendan a los límites de tu bajo vientre.
Disparas tu boca contra la mía, en el preciso instante en que mis dedos y los tuyos naufragan dentro de ti.
Nuestros dientes chocan con la violencia del beso. El típico encuentro fortuito de dos bocas ávidas una de la otra. En tus labios se abre un pequeño corte del cual brotan unas gotas de sangre.
Hago resbalar mi lengua por tu herida y sello mis labios con los tuyos. Tu saliva y tu sangre me alimentan. Nutren mi libido.
Salvaje, feroz, bestial, irracional, arrodillados frente a frente fundiendo boca con boca y perdiendo nuestras manos en sexos ajenos, hasta perder noción de tiempo y razones de peleas y amores. Sólo el momento, únicamente el deseo, exclusivamente nuestra pasión mezclando fluidos, caricias y jadeos.
Sucio, animal.
Tal vez sea por esas tonterías que nos hacen tan reales. Tal vez porque juguemos a enfadarnos. Tal vez porque no soy un príncipe, ni tú una princesa, te deseo tanto.

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